martes, enero 31, 2006

Esos raros hábitos viejos...

Se suponía (propuesta mediante de: Gibreel, xfiado y Leopoldo) que debía escribir sobre mis hábitos extraños (que en algún lugar leí como "malos"). Incluso, hace dos noches, buscando en la pieza que me aguantó hasta los 19, una hoja limpia entre apuntes viejos, encontré una medio vieja, pero que todavía servía. Al menos tuve la voluntad.
Escribí una porquería. Sí. Por eso, me ahorro de trascribirla para no seguir pensando que este blog, por momentos se va a pique (algo que me preocupa; sobre todo cuando leo otros blogs que sí creo buenos y estimo que con un poco de dedicación -y tiempo- podría hacer algo más decente).

Lo productivo de todo fue que imaginé una calesita con los cinco hábitos y que uno le podía disparar al que quisiera, como los juegos de circo. Lo contradictorio es que una calesita con cinco cosas sería medio triste.


Compendiando:

1) soy desordenada. Esto es común, pasa que no lo era antes. Al menos hasta que no viví sola. Lo que me hace dudar si no soy otras muchas cosas más en potencia sólo porque no estoy en el ambiente indicado.
Igualmente, tengo quienes van detrás mío diciéndome que no deje tirada cuál cosa o sea más ordenada. Por no decir que "alguien" a veces se pone a ordenar las cosas que dejo arriba de la mesa.

2) Dejo cosas líquidas en recipientes cuando dejo mi casa por varios días. Si bien es bonito ver cosas en otros estados conviviendo en un mismo espacio, no es tan poético cuando se convierten en microclimas (verdes). Como cuando volví a Bahía unos días para ver a mi chico y una botella de coca era un nuevo ecosistema. Un asco.

3) empiezo a leer cosas que no termino. Me repito que debería sentirme bien por tener libros que en algún momento leeré. Que a veces es linda la acumulación; el espacio apretado; un poco de sofocación; lo nuevo queriendo ser ingerido.
Mientras, en lo que va de vacaciones nunca terminé con las Ñ, con 2 "lamujerdemivida", una "Inrockuptibles, Calvino, Kenzaburo Oé, Pavese y Cortázar.

4) cuando duermo muy tapada sueño cosas feas y me despierto enojada. Y el enojo me dura como hasta al mediodía. Aunque no recuerde el sueño.

5) me acuesto tarde. Esto se potencia, en verano, porque ayudo a mis viejos en el negocio. El resto del año, nunca antes de las 12 ó 1. Nada aconsejable si luego te espera un día que empieza desde las 8. Es que siento que uno se pierde algo si no está un poco en vigilia. En "Nocturno", Girondo dice:
"cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos". Si apoyás la cabeza la noche entera, puede que nunca sepas de esos papeles.
Eso o estoy desvariando.

martes, enero 10, 2006

Las...

Las palabras que no se dicen
habitan casas inmensas y abandonadas.
Se chocan unas con otras
casi olvidando qué eran.
A veces llueve y pasan
chicas con las manos húmedas.
Algunas se ponen más tristes
porque saben que otras vendrán.
Tonto es intentar incendiar
ese silencio poblado.
Una tras una, las palabras,
seguirán sintiendo las paredes
como único mundo.


miércoles, enero 04, 2006

Bajo el cielo nacido tras la lluvia














Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.

O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.

O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.

Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huida de toda una estación.

Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.

(Jorge Teiller - De «Para un pueblo fantasma», 1978)