-en un vestuario de algún lugar
destinado a los partidos de handball
de los torneos bonaerenses-
“¿puedo jugar mejor con esto?”
la inquietud de romper con la pureza,
meterse algo ahí.
“¿Duele?” y arrepentirse de quedar como tonta.
Se ven pelitos de algodón,
jugar con la textura, comprobar la suavidad.
Por unas horas se ignora la permeabilidad,
el movimiento, la obturación.
Tirar del hilo: asombro de la hinchazón;
toda la sangre contenida.
Angustia; una parte del cuerpo
se desecha.
“Ya sé lo que te diga no va a ser suficiente consuelo”,
canta Julieta Venegas.
Ante el dolor asoma el impulso del refugio materno,
también el mandato matriarcal de soportar:
mantenerse a una pared imaginaria
con la misma adherencia de un pulpo.
Tal vez sea hora de transformar los vínculos,
atreverse a la fraternidad
decir: sí, estoy triste, abrazame.
Y tener como mantra
las palabras de Rocky –la última-
en donde dice que no importan las batallas ganadas
sino todos los golpes que podés aguantar.
Difícil no comparar la pierna femenina
con algún instrumento filoso:
la vagina es filo y tiene vaina,
las piernas son los lados
del cuchillo, tijera o cualquier objeto lacerante.
Se escucha por allá, advertir,
dar clases de sentido común
“no te vas a perder por un par de gambas”.
Entonces, el desafío;
nada de bordes y aristas,
la textura de estas extremidades
son más similares al abrazo:
producen concavidades y dan convexo
a otras complexiones, cariño.
La foto de una Barbie, que, sin embargo,
está sin pelo.
Ese objeto/símbolo de mujer/niñez
que establece perfección
(una perfección distante:
nada de grietas, nada de desproporciones
nada de gestualidades;
apenas alguna amiga “étnica”)
y causa euforia en jugueterías.
En quinto grado una chica
a la que los papás si podían
comprarle toda la colección
con Ken y auto convertible incluido
las llevó al colegio
y en el recreo
desparramó de su mochila
una docena de muñecas
listas para poseer.
Por supuesto que todas
quisieron jugar, tocar
esa delicadeza desconocida.
Ella no quiso que nadie, nadie
manoseara sus tesoros.
Ahora, sin esa preciosa cabellera
-los agujeritos de los pelitos ausentes
actúan como cicatrices-
no dan ganas de manipularte como juguete.
Las fotos son de Andrea Testarmata y Florencia García Armado y cada poema lo escribí para la foto que está debajo -respectivamente-.