martes, diciembre 28, 2010

Gerónimo Unibaso, dos poemas.


Humpty Dumpty

Como a veces no entendían lo que decía
en mi infancia intentaron mejorar
la forma en que hablaba
con un lápiz en mi boca, después supe
que el tartamudo Demóstenes antes
se había curado poniendo piedras en su boca
y hablando frente al espejo. Así llegó a ser
el orador más grande de Grecia. (Nunca quise ser orador).
Mejoré poco con el lápiz y por temor
al mito medieval de la piedra de la locura no seguí
ese ejemplo: una piedra seguro
fue la que se le metió Estomba en la cabeza
y lo confundió. George Steiner citando
una tradición herética de la Cábala decía
que un día las palabras
se rebelarán del significado y serán
“sólo ellas mismas, y como piedras muertas
en nuestras bocas”. Ese día Humpty Dumpty
al pronunciar
no sabrá lo que dice.


Mi hermana, mi papá, mis vecinos


No creo en la suerte. El destino
-alguien lo dijo- se entreteje
irreversible y de hierro. Lo que no se ve,
lo que no sabemos que exista,
pesa sobre nosotros y nos define.
Todo nos marca. Mi hermana murió cuatro días
antes de mi nacimiento -eso fue en Bariloche-.
Por fotos la conozco. Nunca me expliqué
su muerte aunque varias veces me contaron
su historia. Hacía frío. Ella estaba como resfriada
y se ahogó con sus propios mocos. Papá
la estaba cuidando. Al verla agitarse la tomó
entre sus brazos y sin saber qué hacer corrió
hacia el hospital. Al llegar estaba muerta.
Por mucho tiempo mis papás
lloraron su muerte –era la primer hija-. Papá
se culpaba. Tiempo después aprendió
el simple ejercicio que desahoga los pulmones
y se entristeció más. Ella no alcanzó a cumplir el año.
Al nacer yo, ella era nadie pero su fantasma
me hizo sombra. La beba de las imágenes
siempre fue la más hermosa.
Se llamaba Solange de las Nieves, y el blanco
que encendió su rostro
luego cubrió su tumba. Más de una vez la imaginé a mi lado,
fuerte, cálida. Mucho después, ahora en Bahía,
teníamos vecinos con los que -vaya a saber uno por qué-
estábamos peleados: insultos tontos
porque nosotros -que éramos chicos-
jugábamos cerca de su vereda o se nos perdía la pelota
en su patio. No nos hablábamos. Así, una noche
la vecina llegó asustada. En sus brazos tenía
al más pequeño de sus hijos que con la cara violeta
se esforzaba en respirar. Pedía ayuda. Rápido mi papá
tomó el auto y subiéndolos corrió al hospital.
Lo acompañé. En el viaje él iba dando instrucciones
de eso que se llama primeros auxilios. De pronto el niño
vomitó una flema espesa y verde, y comenzó a respirar.
Los dejamos en el hospital. Nuestra vecindad
no mejoró por esto. Las pelotas que caen en su patio
siguieron perdiéndose, y la vecina aún se queja
por los ladridos del perro,
porque pisamos su vereda,
o porque la miramos mal.

Gerónimo Unibaso, de Escalones (Editorial Colectivo Semilla, 2010, Bahía Blanca)





El libro sale 15 pesos y pueden comprarlo enviando un email a noesrevista@gmail.com